LA MIRADA SOBRE LA LETRA

LA MIRADA SOBRE LA LETRA

Cecilio de Oriol


A PARTIR DE AHORA LA ULTIMA RESEÑA SE COLOCARÁ EN PRIMER LUGAR Y ANTES, INCLUSO, DE LA ENTRADILLA EXPLICATIVA SOBRE LO QUE PRETENDE SER "LA MIRADA SOBRE LA LETRA".
ES LA FORMA DE HACER MAS ACCESIBLE AL HIPOTÉTICO LECTOR LOS NUEVOS CONTENIDOS



NATHAN WACHTEL

“LA LOGIQUE DES BÛCHERS”
(La lógica de las hogueras)
París, Seuil
2009

En 1965 aparece en el Reino Unido un libro escrito por Henry Kamen (RangúnBirmania, 1936). Kamen es un historiador británico, doctorado en Oxford, que tras su paso por diversas universidades extranjeras fue (desde 1993 hasta 2002) profesor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en Barcelona. Vive actualmente entre U.S.A. y España. 
El libro de Kamen (“La inquisición española”) es el primero que se alzó en el ámbito internacional contra lo que el autor consideraba “la leyenda de la inquisición”. La imagen de la inquisición española se originó y cimentó a lo largo del los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX en un conjunto de escritos de muy diversa índole y autoría. La mayor parte de ellos aparecen en el siglo XVI y su inicio se suele situar en las obras del británico John Foxe (The book of Martirs) y en los sucesivos y prolijos folletos “preventivos” contra los españoles que inundaron los Países Bajos, también en aquel siglo. De estos escritos holandeses son claramente destacables la propaganda antiespañola de Guillermo de Orange en su “Apologia” (1581) y  el opúsculo “Sactae Inquisitionis Hispanica Artes aliquot detactae ac palam traductae” de Reinaldo González Montano (probable pseudónimo de dos protestantes españoles exiliados).
La participación italiana en la construcción y propagación, en Europa, de esta imagen de España y de los españoles también es importante.  A partir de 1525  en que el embajador Contarini comienza a describir de manera poco halagüeña las actividades  inquisitoriales, los diplomáticos italianos acreditados en España envían habitualmente noticias muy negativas  sobre este tema a sus respectivos gobiernos. Así Badiero en 1557, Tiépolo en 1567 y Sorazo en 1569. En general las opiniones vertidas acentúan el énfasis en tres denuncias casi permanentes: el terror que se infunde a la población, el secretismo de las actuaciones y la omnímoda autoridad sobre “vidas, haciendas y almas” que la inquisición tendría sobre los españoles. 
El siglo XVII mantiene la misma tónica en las acusaciones a través de relatos mas o menos circunstanciales de viajeros franceses (François Bertaut, Joly Brunnel, etc) que procuran poner el acento en el carácter “supersticioso y fanático, expresado en sus desmedidas devociones” de los habitantes de la península ibérica. Relatos y opiniones que se mantienen prácticamente igual a lo largo del siglo XVIII (Jean Peyron, Fleuriot,  Bourgoing, etc).
Inevitablemente de la critica (mas o menos fundamentada) se pasó pronto a narraciones desaforadas sobre los procedimientos inquisitoriales (mazmorras, torturas ejecuciones). Kamen recoge la adenda a una edición del libro de Foxe, realizada a comienzos del siglo XIX y en la cual un tal Ingram Cobin, pastor protestante británico,  cuenta, sin ninguna base, su particular visión imaginativa de los instrumentos de tortura que supuestamente encontraron las tropas francesas a su entrada en Madrid  en las celdas de la inquisición. En una terrorífica enumeración Cobin mezcla procedimientos y aparatos que nunca existieron con tormentos medievales anteriores y posteriores que la inquisición, en realidad nunca utilizó.  
Pero quizá el libro que sedimentó definitivamente, frente al mundo moderno europeo, la imagen de la inquisición española fue la obra de Juan Antonio Llorente (1756-1823) (Histoire critique de l’inquisition espagnole) publicada en el exilio francés entre  1817 y 1818. La obra de Llorente, extraordinariamente bien documentada, es sin embargo un ejemplo del sesgo con el que el problema inquisitorial se ha solido abordar tanto en cuanto a las apreciaciones sobre el influjo en la vida diaria de la población como sobre el grado de aceptación (si bien pasiva) que esta le prestaba. Y también, aunque en menor medida, sobre el papel que jugaba en tanto que órgano político. En cualquier caso hay que decir que la obra de Llorente esta lejos del estilo panfletario de sus predecesoras. 
Indudablemente lo anterior es un somero repaso no agota ni mucho menos lo que se podría decir sobre este tema.  La bibliografía sobre la inquisición española solo puede ser calificada de apabullante. Bartolomé Bennasar el hispanista francés (aunque nacido en España) cita en su “L’inquisition espagnole”. (Paris, 1974) el esfuerzo de Emil van der Veneke al intentar publicar en 1963 la bibliografía existente. Encontró 1.950 títulos que crecían sin cesar (entre 1900 y 1961 se publicaron 738 obras). Aun teniendo en cuenta la extraordinaria heterogeneidad de sus contenidos y, sobre todo, de su calidad, baste decir, como anécdota significativa, que una búsqueda en Google  ofrece en 0,17 segundos un total de 797.000 referencias primarias.

No cabe duda, por tanto, que estamos ante una serie de hechos que no solo han ocupado la atención de los historiadores serios sino que han pasado a convertirse en un componente del imaginario popular y, lo que es mas interesante, en un cliché especifico de lo que configura la imagen de España y de los españoles, siquiera sea la imagen histórica. 
¿Qué ha originado que la historia (y mucho más “las historias”) de la inquisición ibérica  -la española y la portuguesa funcionaron con una estrecha coordinación a partir de la primera mitad del siglo XVI- se convierta en un referente quasi-definitorio del pasado y del “carácter” de toda una nación?
No es fácil responder a esta pregunta. Probablemente pueden delimitarse tres razones confluyentes (aparte de las derivadas de una política de acoso y derribo a un imperio, el español, que constituía una evidente amenaza en los siglos XVI y XVII para las otras naciones europeas). 
Estas tres razones (aunque no únicas) son: El papel vertebrador que la inquisición tuvo en su refuerzo de la identidad nacional y del poder real, el secreto de sus actuaciones y el terror que, sin duda alguna, suscitaba entre capas de la población que, por un motivo u otro, no se sentían a salvo.
Pero la inquisición, como fenómeno sociológico, presenta aun otra característica muy peculiar. Se trata de una actividad, impermeablemente secreta para sus coetáneos y para su victimas, pero exhaustiva y obsesivamente documentada y, por tanto, perfectamente transparente para el que accede a sus archivos. Es como si todo el secreto que el procedimiento inquisitorial mantenía frente sus coetáneos, se archivase minuciosamente para una posteridad que no podemos colegir con certeza quien o que la representaba en la mente de los inquisidores. 
Lo único cierto es que en esos archivos el investigador encuentra todos y cada uno de los detalles y avatares de cada proceso reflejados hasta su mas mínimos detalles. Puede decirse que no falta ningún dato que pueda necesitarse para poder construir un juicio objetivo sobre las actividades investigadas.
En cualquier caso, el resultado del juicio de la historia es inapelable: la inquisición ibérica, y específicamente la inquisición española, se ha constituido a lo largo del tiempo en un icono de la arbitrariedad procesal, la crueldad, la intolerancia y el fanatismo. Nadie achaca hoy al pueblo húngaro las atrocidades de Vlad el Empalador, ni a los suizos las hogueras de la Ginebra de Calvino, ni a los franceses el descuartizamiento entre cuatro caballos de Robert François Damiens, que se llevó a cabo en París el 2 de marzo de 1757. Pero si se pone, como ejemplo de lo español, a las mazmorras y hogueras de la inquisición.

¿Cuales pueden ser las razones que producen semejante resultado? Al margen de oportunismo, de todo tipo y de todo tiempo, no es posible pensar que el hecho de la “leyenda negra” sea simplemente malevolencia por parte de unos pocos o conspiraciones de los que “nos odian por que nos envidian”. Nadie puede obviar el hecho de que el término inquisitorial se ha cargado a lo largo del tiempo de un significado peyorativo inseparable.
Quizá pueda atisbarse, una parte al menos, de la respuesta  si se analiza el problema desde otro punto de vista. Precisamente desde el punto de vista de los defensores de la actividad de la Inquisición española.
Los historiadores eclesiásticos han intentado, haciendo equilibrios imposibles, justificar las acciones de la Inquisición. Pero, a mi juicio, han incurrido en dos errores que demuestran, sin necesidad de hacer implicaciones psicodinámicas, un oculto sentimiento de culpa del que no acaban de desprenderse. El primer error lo constituye achacar al “brazo secular” todas las acciones violentas (fundamentalmente torturas y ejecuciones). Tal escusa es de una ingenuidad argumental sorprendente en la medida que quien condenaba, y por tanto determinaba inequívocamente el destino del reo, era el tribunal eclesiástico, es decir la Iglesia Católica. Decir que “se relajaba el reo al brazo secular” (formula estándar) para materializar el castigo, entra en la misma dinámica de quien no mata por su propia mano pero encarga el asesinato. 
El segundo ha sido intentar justificar lo que algunos historiadores jesuitas (Llorca, García Villoslada y Montalbán) han denominado “el poder coercitivo de la Iglesia” (Historia de la Iglesia Católica. T. II. Madrid, BAC. 1958) que se basa en el siguiente razonamiento textual “La iglesia como sociedad perfecta, tiene que estar dotada por su divino Fundador, de todo lo necesario para su conservación y propagación y , por tanto, puede dar leyes y castigar a quien no las cumpla”.
Pero la misma historia de la iglesia reconoce que, en el primer milenio, las voces que se alzaban contra cualquier uso de la violencia y de la imposición en defensa de la fe eran mayoritarias (aunque también las había en sentido contrario). ¿Por qué se cambió entonces? La culpa se atribuye a la presión del poder civil que ve en la herejía y en la apostasía un germen de desorden y de cuestionamiento al estado. Es un tema plausible y una razón probable pero lo que esta claro es que, a partir del siglo XII la iglesia se suma con entusiasmo a la idea de perseguir la disidencia a sangre y fuego. Y que en el año 1231 Gregorio IX instituye, por fin, el tribunal de la inquisición apostólica de común acuerdo con el emperador Federico II. 

El orden justificatorio de este tribunal y de sus fundamento es generalmente repetido con mas o menos variantes. Los argumentos son variados. Menéndez Pelayo (Historia de los heterodoxos españoles. Madrid, BAC. 1956) al hablar de la conversión forzada de los judíos por el edicto de Sisebuto (siglo VII) y de cómo se persiguió a los que, una vez convertidos -a la fuerza no lo olvidemos- seguían practicando mas o menos a escondidas el judaísmo- ofrece una sorprendente explicación (no sorprendente para el siglo VII, sino para el siglo XX, que es donde se formula). 
Dice el gran polígrafo: “¿Podía la Iglesia autorizar apostasías? Claro que no, y por eso se dictaron cánones contra los judaizantes, quitándoles la educación de sus hijos, la autoridad en todo juicio y los siervos que hubiesen circuncidado. Todo ellos es naturalísimo y me maravilla que haya sido censurado. Ya no se trata de judíos, sino de malos cristianos, de apostatas. Por que Sisebuto hubiese obrado mal (forzando la conversión)  no era lícito tolerar un mal mayor”.

Lorca y sus colaboradores de la “Historia de la Iglesia Católica” emplean argumentos en otra línea. Afirman que “hacia falta un reactivo enérgico y un esfuerzo supremo para librarse de aquel contagio moral que amenazaba a la sociedad cristiana”. E insisten en que “la iniciativa y el primer impulso procedió de los príncipes seculares. Los cuales tenían derecho a defender la paz de sus Estados”. Mas sorprendente si cabe, aunque necesitado de reflexión ponderada, es el argumento de que la inquisición supuso un avance sobre los medios, “mucho mas bárbaros”, de uso común en los medios laicos de la época y que lejos de participar en dicha barbarie debe ser considerada como “un verdadero progreso de la legislación, incluso en el modo de emplear la tortura”.
Desgraciadamente estas paliativas consideraciones no pueden ignorar el texto clave que supone el “Directorium Inquisitorum”, escrito en 1376 por Nicolau Aymerich (inquisidor general de Reino de Aragón) y reeditado en 1578 por Francisco Peña.
Dice textualmente:
Es necesario recordar que la finalidad primera del proceso y de la condena a muerte no es salvar el alma del acusado sino procurar el bien público y aterrorizar al pueblo”.

Todo lo anterior nos conduce indefectiblemente al libro que aquí comentamos. 

Su autor, Nathan Wachtel, nació en Metz en 1935 y es un hispanista reconocido en sus estudios sobre América Latina (de 1999 a 2005 fue profesor invitado del College de France con una cátedra de Histoire et anthropologie des sociétés méso- et sud-américaines”). Uno de sus campos de atención ha sido precisamente el estudio de los judaizantes (marranos) y relapsos en la metrópoli portuguesa y en las colonias americanas (específicamente en Brasil).

El libro, “La Logique des Bûchers”, ha sido publicado en 2009 y aborda con detalle exhaustivo los procesos que la inquisición de Lisboa (en intima colaboración con la española) llevó acabo contra judaizantes portugueses y brasileños.
Wachtel,  emplea un método de indagación muy concreto: el análisis  exhaustivo y detallado de los documentos procesales, recogidos en el archivo de la inquisición de Lisboa y conservados en el “Arquivo Nacional da Torre do Tombo”.

Y fiel a este principio, mas de 200 paginas de las 250 que constituyen el texto (apéndices e índices aparte) están destinadas a recoger con todo detalle que pasó, a quien le pasó, por que le pasó y como acabó cada caso. Todo ello con nombres reales, apellidos reales y circunstancias reales. Es una lectura que, contra lo que pudiese parecer, no se hace tediosa sino que, por el contario, atrapa sin gran dificultad. 
Desfilan por esas páginas la vida y las desgracias, las trapacerías y los tormentos, las prisiones y los testimonios, los jueces y los acusados, los individuos y las familias.  Todo ello referido con realismo y también con el respeto a la verdad documental, que tanto se echa de menos en casi todos los escrito sobre este tema. 
 Las estrategias de defensa, las decisiones de los inquisidores, sus fundamentaciones, sus dudas y apelaciones a las instancias superiores, la maraña de las acusaciones entre miembros de la misma familia, la contumacia de los acusados (admirable en muchos casos) y sus esfuerzos para escapar sin mentir demasiado y sin ser totalmente infieles a lo que pensaban.  Todo ello conforma una especie de mosaico complejo y fascinante de dramas humanos tal y como los dramas humanos son. No hay grandes héroes, ni mártires, ni sádicos, ni masoquistas. Los jueces actúan razonablemente dentro de la lógica general que les ampara y obliga. No son perseguidores gratuitos y buscan la clemencia si es posible, con el mismo interés que aplican la norma sin pestañear. Es un retrato, mejor aun un retablo, de una sociedad y de un momento histórico descrito desde las palabras mismas de sus protagonistas.
Wachtel escribe como un notario dotado para la literatura. Quiere decir esto (y se agradece infinito) que no es un explotador desaforado de los adjetivos y mucho menos de las metáforas. Todo el texto es contenido, sobrio y preciso. Y ello le concede veracidad y valor testimonial.

Pero el libro guarda una sorpresa interesante en sus ultimas 14 páginas, capitulo final, que el autor titula “Conclusión” y subtitula “De la banalité du mal  en una cita, explícita, de Arendt.

Dejemos hablar al autor:
“(La inquisición) comporta un conjunto de elementos bien conocidos, de los que importa señalar su carácter  innovador en el alba de los tiempos modernos: la llamada a la delación, continuamente repetida en los edictos de fe, el encuadramiento de la población a través de la red de familiares  (se refiere a los auxiliares de los inquisidores, así llamados) y comisarios, la organización burocrática generalmente de alta calidad, a todos los niveles de la institución, su estructura fuertemente centralizada, el secreto de los procedimientos (es decir esencialmente el anonimato, para los acusados, de los que testificaban contra ellos) y, por fin la pedagogía del terror, mantenida por los castigos espectaculares., los autos de fe y la memoria de la infamia”(p. 250)

Es por esto por lo que se puede decir que las inquisiciones ibéricas, en muchos de sus rasgos, instauran los sistemas totalitarios contemporáneos: alianza e incluso colaboración del poder político y del sistema religioso (o ideológico), vigilancia de la población, confusión entre las investigaciones de la policía y los procedimientos de la justicia, administración rigurosa de la prueba. La similitud se impone, sin anacronismos, con los análisis de Hannah Arendt sobre el totalitarismo” (p.251)

Y remata:

El sistema inquisitorial alcanza  entonces un nivel de funcionamiento perfecto, por así decirlo, apremiando a los perseguidos, mediante el juego de la confesión y de la delación, a integrase ellos mismos en el engranaje de las redadas, de los procesos y  de las condenas y hacerse a sí mismos cómplices de su propia persecución……. Esta es la modernidad, siempre actual, de la lógica inquisitorial de las hogueras”. (p. 255).

No cuesta mucho trabajo, ojeando el siglo XX y sus secuelas, ver revivir en los lugares, poco sospechados al inicio pero evidentes a un ojo inquisitivo, la lógica de las hogueras que menciona Watchtel.  Repásense las ideologías que vigilan férreamente el pensamiento disidente o simplemente critico, las apelaciones casi místicas a la debida fidelidad a la ortodoxia, la abominación de cualquier observación que no se atenga al dogma emitido por el sustituto laico de la correspondiente iglesia. Y si nos vamos los ejemplos concretos acuérdense, mas en la lejanía, de las purgas y procesos estalinistas, de los tribunales de Kampuchea o de cualquier otro ejemplo que se les ocurra. Si lo hacen con honradez y ecuanimidad verán que no les faltan candidatos.
Agradezcamos a Wachtel que nos haya hecho ver con claridad que la pura mecánica de los totalitarismos modernos que, precisamente se han reclamado de rechazar y abominar de las iglesias y sus inquisiciones, han repetido miméticamente, superándola de largo, la sobrecogedora “logique des bûchers”.



Recensiones, críticas y miradas

“Recensar” no es palabra que admita el diccionario de la RAE. Por el contrario, si permite hablar con propiedad del recensor como aquel que ejecuta el acto que señala ese verbo inexistente. Y es claro que el recensor lo es en cuanto hace recensiones y que estas son, o pretenden ser, “noticias o reseñas de una obra literaria o científica”.
Bien es cierto que la recensión parece aplicarse habitualmente a obras o escritos cuya publicación es inmediata o, todo lo más, reciente. Hay otra práctica (que muchos han usado) de lo que ha dado en llamarse “revisita”. Su definición canónica es sugerente: “nuevo reconocimiento o registro que se hace de algo”.  También reconocer o registrar algo que ya no es nuevo puede ofrecernos detalles que antes se pasaron por alto o datos que no fueron en su día suficientemente iluminados.
“Recensar” se me antoja tarea imprescindible. Cubre la afición por la exploración de mundos nuevos. Revisitar es tarea mas afinada. Es el terreno del arqueólogo que rescata tesoros que, a lo peor, se olvidaron, entre el cascajo que acumuló el paso del tiempo y de los hombres.

Bajo ese paraguas liviano queremos comenzar, aquí y ahora, una serie de exploraciones de lo que consideramos (con mas o menos razón) los territorios limítrofes que importan al trascurrir de los días y de las cosas. 
Parece necesario aclarar que este recensor (y revisitador) que les habla no es un crítico literario ni mucho menos un profesional de la pluma (en realidad, no es nada). Y que se ocupa de los territorios limítrofes por que habitualmente se desenvuelve en ellos, curioseando. Solo le amparan dos rasgos definitorios: su trashumancia intelectual y su osadía. El recensor es un espectador. Y como tal habla para los que también les gusta mirar. 
Conoce el riesgo de despertar la ira de los propietarios de las sucesivas parcelas en las que se empeña la gente en dividir el campo. Lo acepta sin soberbia pero sin miedo.
Quizá una última cosa: Decía el comienzo que revisitar es una tarea mas afinada. Lo es sin duda. Pero al tiempo puede ser aun mas necesaria que la recesión de lo inmediato. La revisitación es tarea de gourmet de lo pasado. Es el refocile del placer ya vivido y la nostalgia de lo que pasó. Pero al tiempo es misión del que intenta que un título o una obra pase de la cita del que nunca la leyó y conoció su existencia en cualquier de los áridos e innecesario manuales al reclutamiento de un nuevo lector potencialmente maravillable por lo que se oculta tras un nombre que conocía, si, pero que nunca leyó.

Y con eso ya está dicho casi todo.







“LOS DEMONIOS DE HEIDEGGER”
Ángel Xolocotzi y Luis Tamayo
Prólogo de Franco Volpi
Editorial Trotta. Madrid, 1012

Martín Heidegger murió el 26 de Mayo de 1976.  En esas fechas los trabajos sobre su obra ya sumaban una cantidad sustancial y lo configuraban como un pensador insustituible en la historia de la filosofía. Sin embargo (y salvo las noticias periodísticas inevitables) su biografía no era (aún) objeto de demasiadas indagaciones directas. 
En 1983 Heinrich Wiegand Petzet publica “Auf einen Stern zugehen. Begegnungen mit Martin Hidegger, 1929-1976” un libro próximo y amistoso que presenta un Heidegger humano y  familiar a la par que un pensador inigualable. Es un libro que se estima poco entre los que han optado por la “biografía dura” en su aproximación al filosofo, a pesar de que, aun siendo la visión de alguien que deja claro su afecto a la persona, ofreció por primera vez datos relevantes y reveladores sobre la vida y la personalidad de Hidegger.
En 1987 aparece el libro de Víctor Farías, “Heidegger et le nazisme”,  en el que el autor chileno, con su habitual forma polémica y su tendencia a ir directamente a las cosas, pone en la diana no solo el episodio del rectorado de Friburgo (y especialmente el discurso de toma de posesión) sino la pertenencia al partido y la coherencia de la filosofía heideggeriana con el programa del NSDAP. La capacidad de Farías para suscitar controversia es bien conocida (no hay mas que recordar las reacciones a sus trabajos sobre Allende y sobre el partido socialista chileno) y su libro abre la veda para que desde distintas posiciones de la izquierda teórica se lance un anatema sobre el pensamiento heideggeriano y sobre todo aquel que ose decirse seguidor del anatematizado (Lilla en 2001, Faye en 2005 y, entre nosotros, Quesada en 2008). Sobre el libro de Julio Quesada que, en realidad, no es una biografía sino una crítica a la ontología heideggeriana en tanto que “ontología nazi”, Jacinto Chozas ha escrito una interesante recensión que puede encontrarse  en: http://phylosophybooks:info/files/Heidegger_y_el_nazismo.htlm

Podemos decir que si el libro de Petzet es la visión del amigo y el de Farías la visión del disector implacable, ambos de alguna manera pueden verse como ejemplos de un hecho incontrovertible: se había abierto la caja de Pandora de la vida y milagros de Heidegger. Aunque,  como ya sabemos, la caja de Pandora no fuese una caja sino una jarra.

En 1992, Ernst Nolte,  que ya había escandalizado con su idea de un “fascismo genérico” y que se esforzó por encontrar una base común (y por ello tácticamente antagónica) entre el nazismo alemán y el comunismo soviético, publica “Martin Heidegger: Politik und Geschichte im Leben und Denken” . Es un libro de clara defensa de las posiciones heideggerianas en relación a su posible connivencia con el régimen nazi y una definida reivindicación de la obra del filosofo de Messkirch (Es curioso que, a pesar de ser una obra que ilustra bien todos los episodios de la vida de Heidegger, entre ellos la ayuda personal que Nolte le prestó cuando los ocupantes franceses le incautaron de su casa y, lo que era mucho peor, su biblioteca, el libro de Xocolotzi y Tamayo no lo mencione ni lo incluya en la bibliografía).
Pero fue en 1994 cuando Rudiger Safranski, que ya tenía en su haber una muy buena biografía de Nietszche y otro libro no menos interesante sobre Schopenhauer,  publica “Ein Meister aus Deutschland. Martin Hidegger und seine Zeit”. Su trabajo se ha convertido en una obra de referencia por mucho que sus detractores pretendan situarla en el campo de las defensas disimulatorias de la vida de Heigdegger.  Cuando aparece ese libro (traducido tres años después al español) Ignacio Sotelo, a la sazón profesor de la Universidad Libre de Berlín, escribe una reseña amplia (“La presencia inquietante de Heidegger”, en Saber Leer, nº 93, Marzo de 1996) en la que dice “Pensamiento, biografía e historia se entrelazan de tal modo en Heidegger que la pregunta por su conexión en los últimos años ha desplazado incluso a los estudios, exclusivamente académicos, de su pensamiento”.  Pero concluye diciendo que “El libro de Safranski no contesta satisfactoriamente las cuestiones que surgen a este respecto (en relación con la vinculación al nazismo) pero al menos ayuda a plantearlas”
Parece claro que la polémica estaba abierta y no cerrada. Es evidente a la vista del extenso listado de obras que se han publicado y de obras que aún se anuncian  (Ángel Xocolotzi menciona la próxima aparición de su “Crónica de Heidegger” y cita también el proyecto de una biografía que prepara Alfred Denker para 2016).

Nada de esto debería extrañarnos. La figura de Martín Heidegger es lo suficientemente grande como para despertar exégesis y diatribas. Nada que no deba suscitar un pensador que merezca tal nombre. Su contemporaneidad, además, hace de tales tareas un quehacer apetecible. Pero no es tan frecuente que la figura, admirada o denostada, lo sea en función de su vida “extra filosófica” o, si se quiere, extrínseca en cierta medida al pensamiento que defiende o propugna. Cuando esto sucede la bibliografía se ve matizada por la biografía. Y las actividades y el comportamiento público del autor llegan en ocasiones a hacer que la persona que hay tras el pensador anule a éste o lo distorsione eficazmente. No siempre se trata de una opinión unánime. Hay quien sostiene que vida y filosofía no son algo distinto y que el pensamiento de todo el mundo (incluidos los mas excelsos) esta fuerte e irremisiblemente ligado a la raíz de sus sentimientos y, sobre todo, de su conducta.  Tamayo comienza su parte del libro que comentamos, con una cita de Proust que recuerda que “la vida es inseparable de la obra”, aunque el mismo Proust se niegue (“Contra Saint Beuve”) a admitir que esta inseparabilidad pueda ser reducida al chismorreo o al mero dato biográfico. En el lado opuesto a Saint Beuve (que no a Proust), el mismo Heidegger, decía a su hijo (no biológico, pero si absolutamente aceptado) Herman “La gente debe dedicarse a mi pensar,  la vida privada no tiene nada que ver con lo público”. Algo así como “Dejad de hurgar en lo que nos os importa”. (Entrevista con Volpi). 

Era conocido la intención del filosofo de que sus andanzas vitales quedaran separadas, neta y nítidamente, de su obra. En el libro de Petzet, citado como una  fuente amistosa y cercana a Heidegger, éste ya le insistía su amigo:  Mi vida no es en absoluto interesante
Pero es claro que en el tiempo que ha inventado el reality show y que practica con entusiasmo el viejo y acreditado ajuste de cuentas ideológico, una tal pretensión es ilusoria. Y Martin Heidegger debía ser perfectamente consciente en los últimos años de su vida que la posibilidad de ser tratado como Aristóteles (“vivió, trabajó, murió”, repetía él mismo del griego) no era aceptada ni, probablemente, aceptable. (Solo un pensamiento tangencial: ¿Cuántos conocen la leyenda de Aristóteles y la hetaira Phyllis? ¿Alguien recuerda la “invención” del “equus eroticus”, que inmortaliza, entre miles de representaciones medievales, Hans Baldung en un grabado fechado en 1513? El viejo filósofo siempre tuvo quien le hiciera una versión amable de su aventura: una especie de clase práctica para su díscolo y apasionado discípulo Alejandro).

Dejemos aquí el tema general de la relación entre el autor (como sujeto) y su obra (como producto). El dedicarse a indagar en como era quien pensó en lugar de que fue lo que pensó, siempre tendrá fervientes partidarios y no seré yo quien les lleva la contraria. La eterna polémica sobre las relaciones, causales y casuales, entre el autor y su obra se pone, en muchas ocasiones,  en la primera línea del motivo para escribir. Es este un tema tan repetido como mal resuelto. Probablemente por que sea irresoluble en términos de racionalidad y se diluya y confunda en términos de apasionamiento. Y aquí, como tendremos ocasión de ver, razón y pasión son los dos elementos básicos de la trama.

El libro que comento son, en realidad, dos libros y varios apéndices que no por ser breves son menos interesantes.  En total un volumen corto (apenas 211 páginas de texto) que se completa con un glosario de personajes citados (faltan algunos y sobran, probablemente, otros) y una cuidada y útil bibliografía para quien desee iniciarse en las ediciones de y sobre Heidegger. Al estar escrito originariamente en español (los autores son dos muy estimables profesores mexicanos) se mencionan las traducciones a nuestro idioma, omitiendo, sin embargo, en la bibliografía secundaria algunas de las fuentes originales en alemán.

Los dos libros del libro están escritos respectivamente por el profesor Xolocotzi y por el profesor Tamayo. El primero dedica su atención a la historia mas personal de Heidegger y especialmente su relación con su esposa y sus amantes, aunque no desdeña entrar en la biografía convencional y en la evolución del pensamiento heideggeriano; el segundo se centra en la relación del filosofo con el partido nazi. Pero en ambos se entremezclan otros temas que son mas novedosos y que aún no habían sido explorados con suficiente profundidad en la vida del filosofo: entre ellos el papel de Elfride, la esposa, y de Víctor von Gebsattel, el psiquiatra que lo trata y lo ingresa en su clínica tras lo que los autores denominan púdicamente “desfallecimiento” (Tamayo) y “colapso” (Xocolotzi) y que le acontece tras la derrota del III Reich.

La relación de Heidegger con las mujeres está bien documentada. Lastima que Xolocotzi, en un lógico deseo de sublimar lo que es fácilmente sublimable, se empeñe en achacar a un daimon personal (con referencias a la posesión y a la manía en su versión griega) lo que no aparece ante los ojos del observador imparcial sino con el efecto de una libido desatada y de un deseo bullente de seducir y poseer más los cuerpos que las mentes (aunque la posesión de las mentes fuera, en casi todas las ocasiones, la vía regia para llegar a los cuerpos). Hablar del “implacable atosigamiento del Eros” no cabe duda que dignifica mucho la imagen de un señor mayor intentando, sin descanso, meterse en la cama con toda la que se le pusiera a tiro.  
Aunque el autor no se resiste a explorar la lista de las amantes,  la relación de Heidegger con las mujeres se describe con respeto y casi con pudor. Ya lo hemos mencionado. El autor emplea abundantemente el paradigma griego de lo erótico y lo maniaco para insertar en este presentable contexto lo que no es mas que el reflejo de la apetencia sexual de un hombre que pensaba, sí, pero al que también le gustaba el sexo. Su pensar centra su extraordinaria búsqueda del ser y de la existencia,  la aventura sexual manifiesta que el mundo del deseo (al que nunca le prestó la mas mínima atención teórica) ocupaba el otro polo de su vida. Y ese deseo se manifestaba (Xocolotzi lo relata bien bajo suaves y aceptables palabras) intentando seducir a cualquier mujer atractiva que aparecía en su campo de visión. Y el campo de visión mas inmediato lo constituían sus alumnas. No en vano Elfride, su esposa, cuya relación se mantuvo a pesar de los “accidentes” amorosos del uno y de la otra, era, cuando la conoció, una alumna.

Y un punto de especulación razonable. No parece adecuado hablar de amor en toda esta serie de enredos. Es imposible asegurar que Heidegger amaba a sus mujeres. Sin duda que esa es la palabra que usa (y abusa) cuando tiene que dar cuenta a su, generalmente enfadada, esposa de que ha aparecido alguien nuevo en su vida y en su cama. Pero la misma manera con la que le asegura a Elfride que cortará radicalmente con la fémina de turno (y lo hace) impide pensar en algo personal y amoroso, en el mínimo sentido que se le puede dar a este término. Se dirá (y se dice) que hubo excepciones: La mas conocida Hannah Arendt. La correspondencia entre ambos (que se publicó en 1999) da mucho que pensar y merecería una exégesis mas detallada. En ella hay reflexiones de altura, palabrería y autojustificacion y también cruda utilización del otro. Pero no nos engañemos: todas las relaciones fueron cortadas y diluidas, sin ningún tipo de miramiento, cuando se volvieron molestas o cuando Elfride intervenía.
Hemos visto como Xocolotzi habla del Eros hedeggeriano como un daimón que lo acompaña y , en cierta medida, lo tortura. Es una forma bonita de decirlo. Pero no hay mucha sofisticación, en el caso si fuese cierta la anécdota,  de la petición del filosofo de una fotografía desnuda a una de su conquistas. No hay aquí sujeto amoroso hay clara y tajante cosificación sexual de las mas elementales.

Heidegger siempre mantuvo la coartada intelectual bien a la vista tanto cuando iniciaba la conquista como cuando quería dar por zanjada la aventura. Y en ese terreno se movía como un seductor tradicional, cuyos mecanismos habituales usaba, y en el cual solo destacaba el uso como arma estratégica de la inteligencia y el brillo del pensamiento, antes de el atractivo físico y la seducción convencional Pero la meta en Heidegger es la de cualquier donjuán de provincias: llevarse a la cama a la pretendida.

Hay en todo ello un cierto contraste con la tendencia general de Heidegger a que Elfride estuviese al corriente de sus andanzas (al menos a partir del momento en que estas eran descubiertas) y que, en cierta medida, que las aceptase y las aprobase. Hay una tendencia a reunir a la esposa y a la(s) amante(s) en muchas ocasiones. Y tampoco se desdeñaba la presencia y la relación cordial con los maridos en algunos casos.

Eso hace que en la vida de Heidegger la persona mas importante es sin duda alguna su esposa Elfride. Personaje que merecería una investigación mas detallada. Quizá la publicación de su correspondencia (2005) nos de pistas sobre esta mujer que estuvo siempre junto al hombre que la engañó y al que engañó. Aunque probablemente entren dudas acerca de si es legítimo usar esta palabra convencional (engaño). Es poco adecuada para definir el contexto en el que se movieron los protagonistas de la historia.
La relación adultera de Elfride con su antiguo novio, que tuvo como resultado el nacimiento de Herman, el hijo segundo, fue aceptada “con estoica liberalidad” dice Xocolotzi, pero es significativo que sirva para que el filosofo le diga a su esposa “no querer un ‘amor primitivo’, sino una relación madura, libre y abierta”.  Palabras que, si se quiere, pueden sonar enigmáticas y complejas o, por el contrario, vulgares y elementales. En cualquier caso no cabe duda que Heidegger las puso en practica (al menos por lo que a él le tocaba) con auténtica fruición. 

Pero dejemos el tema de la sexualidad de Heidegger y de su tendencia a intentar que su esposa aceptara “llevarse bien” con una especie de harén de sucesivas alumnas inteligentes y atractivas. Parece que Heidegger quería tener a todas las mujeres que le gustaban, pero quería también mantener las relaciones con sus maridos y de todos ellos con Elfride. Es esta una conducta interesantísima que no es posible rastrear con total precisión pero que deja con ganas de profundizar en ella. Lo que si parece claro que hay algo mas que una pura estrategia de supervivencia. Se puede olfatear una visión peculiar del sexo y de la amistad, que nunca explicitó pero que rezuma de toda esta historia.

Los otros temas son mas conocidos a excepción quizá de la importancia que se le da al episodio del tratamiento por Gebsattel tras la penosa  (y peligrosa) situación que se dio en la inmediata postguerra y que, no hay duda, atenuó el hecho de que las acciones de depuración antinazi se llevaran a cabo en el sector francés de ocupación. Al parecer no ya posibilidad alguna de recuperar los archivos clínicos en donde quedarían las huellas técnicas de tal tratamiento. La relación entre el filosofo y su psiquiatra queda solo en las menciones que los protagonistas hicieron. Y son escasas y escuetas. Heidegger mismo las minimizó cuando dijo que Gebsattel “solo lo acompañaba a dar paseos”.

La segunda parte del libro (el “segundo libro”) lo escribe, como ya decíamos, Luis Tamayo.  Se centra en la vida política del filósofo y menciona, si bien introduciendo matices de racionalidad, todo lo que se ha dicho ya sobre el tema de sus relaciones con el NSAP, del acceso al rectorado y especialmente del discurso de investidura, de su comportamiento autoritario, de sus informes negativos sobre determinados profesores, de su afiliación al partido y del proceso de desnazificación que sufre, inevitablemente, tras la derrota de Alemania.  A pesar de los esfuerzos para poner a Heidegger en una posición “obligada por los acontecimientos” no hay duda que el filosofo tuvo conductas de claroscuro con Husserl (aunque la historia de su ausencia es las exequias del maestro se haya justificado hasta la saciedad) con Jaspers (al que pide ayuda cuando esta en el proceso de investigación de las autoridades francesas) y con otros muchos.  La publicación de la extensa correspondencia que mantuvo con estos y otros personajes a lo largo de su vida lo pone claramente de manifiesto. 

Es evidente que esta segunda parte (o segundo libro) esta dentro de lo que ya se conocía y se discutía. La posición de Tamayo es claramente justificativa y sus razones no son baladíes. Pero a excepción del episodio del ingreso en el hospital psiquiátrico, no hay demasiados datos nuevos.

El libro termina con tres esplendidos apéndices que unidos al prologo de Franco Volpi acompañan estupendamente la lectura. En cierta medida se podría decir que el orden de lectura aconsejable es el prologo seguido de las tres entrevistas finales para después, y solo después, pasar al cuerpo central de la obra.

Las entrevistas son dos de ellas con una figura tremendamente interesante: Herman Heidegger. La primera la realiza el mismo Xocolotzi, la segunda es un alimón con Volpi y Antonio Gnoli. La tercera es otra conversación de nuevo de Volpi con Hans Georg Gadamer, sobre el maestro.
Solo unas palabras sobre ellas. Herman se revela como el albacea intelectual de su padre por deseo explícito de éste y al tiempo habla con indisimulada amargura de cómo su madre entregó a Gertrud  (la hija mayor del único hijo biológico de Heidegger, Jörg) toda la correspondencia entre Elfride y el filosofo.  También queda claro el intento de Herman para conocer o intervenir siquiera, en la posible publicación de esas cartas y la total negativa de su sobrina a permitírselo. Es un episodio que parece tener mas alcance que una simple discrepancia doméstica y señala una zona que aún esta necesitada de aclaración (mas aún cuando sus protagonistas están, afortunadamente, aún vivos). 

¿Qué nos queda de la persona de Heidegger tras este breve, intenso y jugoso libro? Pues la imagen de un hombre que quiso hacer del pensar el eje de su vida, que pensó y pensó bien;  que al tiempo se comportó como una especie de rijoso personaje en el que el sexo y la pasión  jugaron mas de lo que podía parecer; que creyó, en algún momento al menos, que podía “domar”, desde su superioridad intelectual, la carrera suicida de su país hacia el desastre; que no tuvo el mas mínimo reparo en despreciar todo aquello que no le parecía que estaba a su altura pero que, al mismo tiempo, tampoco tuvo reparos en solicitar ayuda de aquellos a los que no había ayudado cuando se la pidieron a él.
Un retrato en el que la inteligencia, la egolatría, el deseo, el autoritarismo y la mezquindad hacen acto de presencia. 
Quizá simplemente un ser humano.



                                    FERDINAND VON SCHIRACH


“VERBRECHEN”
Munich, Piper Verlag
2009
(Edición española: “Crímenes”. Barcelona, Salamandra. 2011)

“SCHULD”
Munich, Piper Verlag
2010
(Edición española: “Culpa”. Barcelona, Salamandra, 2012)


El día 1 de Octubre de 1946, en Núremberg, el tribunal cuatripartito (americanos, ingleses, franceses y soviéticos) que juzga a los dirigentes nazis ha terminado sus sesiones. Comenzaron el 20 de  Noviembre del año anterior. A las 14.50, y tras una agotadora lectura de las conclusiones que ha ocupado toda la jornada precedente, el presidente del tribunal, el inglés lord Lawrence, declara abierta la ultima audiencia en la que se van a comunicar las sentencias individuales. Se ha prohibido la entrada a los fotógrafos. A una orden del presidente los acusados son introducidos uno a uno en la sala, esposados. Los guardias les colocan los cascos para la traducción simultánea, del ingles que habla presidente al alemán que hablan ellos, y lord  Lawrence, con voz neutra y contenida, les anuncia la decisión irrevocable e inapelable del tribunal. Tras oírla el ya convicto sale custodiado y el siguiente acusado es traído, siguiendo estrictamente el mismo ceremonial. Las sentencias no solo se oyen en la sala, también en todo el palacio de justicia (pasillos y demás dependencias) en los que hay un sistema de megafonía conectado al micrófono del presidente.

Aproximadamente a los 45 minutos de comenzar, es introducido en la sala Baldur Benedickt von Schirach, el mas joven de los procesados (39 años), jefe de las Juventudes Hitlerianas con el cargo de general de división de las SA desde Enero de 1931 a Agosto de 1940, apenas un año en el frente francés (1939-1940)  y gobernador de Viena (Gauleiter) de Agosto de 1940 hasta Junio de 1945, en que es detenido por la Policía Militar americana. Von Schirach escuchó su sentencia: 20 años de prisión en Spandau y fue llevado desde el tribunal directamente a la cárcel.
El día 1 de Octubre de 1966 (veinte años exactos después) es liberado y se retira a Kröv, en el sur de Alemania, donde se dedicó a escribir un libro que tituló “Ich glaube an Hitler” (“Yo creí en Hitler”). El 8 de Agosto de 1974 murió, solitario y ciego, en donde había vivido desde su puesta en libertad. Está enterrado en el cementerio de Köv y en su tumba puede verse un único epitafio: “Ich war einer von euch” (Yo era uno de vosotros).

Baldur von Schirach era hijo de un capitán de caballería de la nobleza sajona, que llegó a ser director artístico del Teatro nacional de Weimar, y de una norteamericana con apellidos que provenían de la “aristocracia del Mayflower” y ostentaban (como le gustaba recordar, tanto a ella como a él) personas que habían firmado la constitución americana (Arthur Middleton y Thomas Heiward).  En 1932 se casó con Henriette, la hija del fotógrafo personal de Adolfo Hitler y miembro de su circulo íntimo, Heinrich Hoffmann (1885-1957) que tenia el carnet número 425 del NSAP. Hoffmann  había presentado a Eva Braun (que trabajaba en su estudio) a Hitler en  1933. 
Henriette Hoffmann había nacido el 2 de febrero de 1913, era una mujer atractiva y desenvuelta, de carácter alegre y había tenido desde su infancia un trato cercano y familiar con el futuro führer. Éste fue testigo de la boda junto con Ernst Röehm, jefe de las SA nazis.

La pareja von Schirach, al parecer, cayó en desgracia frente a Hitler por un comentario de Henriette acerca del trato dado a los judíos durante un episodio de deportación que ella había presenciado en Holanda. Pero el “castigo” (si lo hubo) se limitó a sustituir a von Schirach al frente de las juventudes hitlerianas, apartarlo del circulo habitual que rodeaba a Hitler y enviarlo de gobernador a Viena. Sin embargo el propio Schirach, en la entrevista que mantuvo con el psiquiatra Leon Goldensohn durante el juicio de Núremberg, desmiente que Henriette pudiese decirle nada a Hitler, aunque es ésta la que documenta (con cierta precisión) la anécdota en los libros que publicó entre 1975 y 1983.

Los Schirach tuvieron cuatro hijos que, en el momento de la detención del padre, tenían 13 (la primogénita, Angelika Benedicta), once (Klaus), ocho (Robert) y cuatro años (Richard). Henriette fue detenida por las tropas americanas el 24 de Diciembre de 1945, mantenida durante dos semanas en una cárcel en condiciones nada salubres ni adecuadas e internada posteriormente, junto a sus hijos, en el campo de concentración de mujeres de Run, cerca de Innsbruck. En la primavera de 1946 fue liberada. Nunca visitó a su marido en Spandau. 
El 20 de Julio de 1949 (Baldur ya estaba en Spandau cumpliendo condena) Henriette solicitó el divorcio  y constituyó una nueva pareja con Peter Jacob, ex marido de Leni Riefenstahl, la directora de cine. El divorcio se concedió en Julio de 1950.
A pesar de ello Henriette viajó a Londres en 1956 para obtener un acortamiento de las condenas de los que aún permanecían en Spandau (Hess, Speer y Schirach). No consiguió nada. A partir de entonces se dedico a escribir, con cierto éxito, sobre la época de la preguerra. Murió en Munich el 18 de Febrero de 1992 y esta enterrada en un mausoleo junto a su padre en el cementerio de esa ciudad. En la lápida pone “Henriette Hoffmann von Schirach”, la fecha del nacimiento y de la muerte.

En Agosto de 2009, Ferdinad von Schirach, un abogado penalista nacido en Munich en 1964 e hijo de un comerciante de vinos llamado Robert von Schirach, publica un libro, editado por la Piper Verlag, que inmediatamente se coloca en las listas de los mas vendidos y se traduce a mas de treinta idiomas. Es un libro pequeño (unas 180 páginas según la edición) al que titula  Verbrechen” (“Crímenes”) y que comienza con una cita de Heisemberg (“La realidad de la que podemos hablar jamás es la realidad en si”) y acaba con otra que parafrasea a  Magritte, sin mencionarlo, (“Ceci nést pas une pomme”). En 2010 repite editorial con otro libro igualmente pequeño (no llega a las 160 páginas) que puede considerarse con justeza una segunda entrega del anterior. Se titula “Schuld” (“Culpa”). En esta ocasión la cita que lo encabeza es de Aristóteles y reza “Las cosas son como son”. Ambos libros son traducidos respectivamente al español en septiembre de 2011 y en octubre de 2012. También en la misma editorial (Salamandra, de Barcelona)

Ferdinad von Schirach es nieto de Baldur von Schirach y de Henriette née Hoffmann. Pero de eso ya hemos hablado lo suficiente como para que todos los posibles deseos morbosos que suscita el apellido queden saciados antes de entrar en lo que aquí importa. Y lo que aquí importa son dos libros, igualmente breves e igualmente intensos, que se han titulado “Crímenes” y “Culpa”. 

Pero demos una última vuelta de tuerca. Indaguemos sobre el autor para despejar las últimas cuestiones (mas bien curiosidades) que pudiesen persistir. Hay para ello tres fuentes útiles. La primera es la propia biografía del autor. Es parca y solo nos dice que se trata de un penalista que ha estudiado en Bonn, Colonia y Berlín y que se dedica desde 1994 a la defensa en casos criminales.  Desde 2009 se ha convertido también en escritor y escritor de éxito. Su tercer libro “Der Fall Collini” (El caso Collini) se publicó en septiembre de 2011 y aun no ha sido traducido al castellano, pero desde su aparición se encaramó consistentemente en las listas de best sellers de Der Spiegel.
Otra fuente es el brevísimo prólogo que el autor incluye en “Crímenes”. Habla de un tío suyo, juez, marino mutilado de guerra, hombre humano, justo y aficionado a la caza. Cuenta como un día sale al bosque de su pequeño coto y se descerraja un tiro en la boca. Habla de las fotos que él vio del cadáver y de cómo se había volado la cabeza. Y menciona una frase de la carta póstuma de su tío. “La mayoría de las cosas son complicadas y la culpabilidad es siempre un asunto peliagudo”.
La tercera, mas extensa y explícita, es la entrevista, publicada  en el diario “El País” de 9 de Octubre de 2011, que el periodista Jacinto Antón le hace a nuestro autor.  Hay en ella, a su vez,  tres aspectos que nos interesa destacar. El primero hace referencia a la justicia y su relación con la ley. Von Schirarch se muestra equilibrado al hablar del papel del abogado defensor, de su necesaria distancia del caso y de cómo puede uno evadirse de las consecuencias afectivas de haber hecho liberar a un culpable. “Si un tribunal sentencia que quede libre, ya no es culpable”. El refugio en la forma le evita entrar en el fondo.
La segunda  es una interesante (aunque marginal) referencia al papel de las narrativas en el proceso penal. “El abogado, si hace bien si trabajo, es en realidad un buen contador de historias” y  una explicita mención a la puerta que el derecho criminal abre para la comprensión de las personas “No hay otra profesión en la que te metas tanto en la vida de los otros, salvo, quizá, en la de médico”. 
La tercera es, por fin, la mención a su abuelo que el periodista ha intentado introducir a toda costa. Deja claras, de nuevo,  varias cosas: que su abuelo le parece un desclasado y que no entiende como un hombre de su posición y de su estirpe se mezcló con  los nazis (“un mundo de cervecerías y brutalidad”); que su abuelo era culpable y que ahí no entra; que no le atormenta su culpa y que se siente perfectamente responsable de su apellido; que no mantiene contacto con las familias de los antiguos nazis pero si es amigo de un nieto de Claus von Stauffenberg, que fue compañero de escuela. Y termina con un tajante  No se puede pensar peor de él (de su abuelo). Su culpa es tan grande que no puede serlo mas. Pero yo soy yo”.

Ha sido un largo exordio pero quizá necesario para poder afrontar los textos con el campo despejado. Quizá nunca del todo, pero en eso los libros que comentamos (dos partes del mismo en realidad, como antes decíamos) nos dan una pauta a imitar. Efectivamente la prosa de von Schirach es tensa, cortada y precisa. Son frases certeras, descriptivas siempre. Nunca interpreta. Los diálogos son fluidos y claros. No aventura porqués pero si habla del como. No juzga aunque en cada uno de los casos que refiere (todo reales, todos vividos) haya un juicio general que trasciende a los protagonistas inmediatos y habla siempre de la insuficiencia humana y, correlativamente, de la insuficiencia de la ley para impartir justicia. La justicia es, en los libros de Schirach, una especie de dama errática que lo mismo arregla por vías insospechadas una situación que debería ser arreglada como condena al sufrimiento sin paliativos a un inocente que cayó en sus redes. La ley y sus servidores asisten, impotentes y sin darse muchas veces cuenta de lo que pasa, a los manejos de esa justicia que mas que nada un devenir de casualidades y de circunstancias sobre las cuales los hombres tienen poco control. 
 Los culpables aparecen, y aparecen claramente, pero en muchas ocasiones culpables e inocentes llevan los papeles cambiados. Y el inocente es condenado y el culpable se libra. La primera conclusión que uno saca de los libros de Schirach es que, parafraseando al clásico, nada de lo humano le es ajeno y que, al no serle ajeno, lo humano le produce al tiempo una gran ternura y un insuperable pesimismo.

Hay sin duda otras posible lecturas. Les animo a hacerlas. Ya he dicho que el gran merito de Schirach es presentarnos la vida desde una postura que me atrevería a calificar de fenomenológica en sentido estricto: descripciones ajustadas para meternos en la escena y descripciones mas ajustadas aún para acercarnos las conductas. Ni una sola interpretación. Ni un solo juicio de valor. “La vuelta a las cosas mismas” que se reclamaba el filosofo.

Por eso los dos libros (o las dos entregas del libro) son altamente recomendables para quien quiera aproximarse a la realidad humana sin quedar atufado por la proliferación de tratados, ensayos y librillos varios, que pretenden explicarnos como somos en medio de simplezas adecuadamente complejizadas, lugares comunes presentados como insignes descubrimientos y vulgarizaciones infumables que son acogidas con alborozo por la turbamulta de lectores de ferrocarril metropolitano y asiduos de  librerías de drugstore. 
¿Qué a que me refiero?  Y se lo contaré en otra ocasión. Pero si la curiosidad les puede echen una ojeada a “El Cultural” del 18 al 24 de Enero de 2013. Páginas 14 y 15. Y después adoren a Pinker, extasíense con Kahneman y piensen que después de Damasio esta el infinito.
Y que les aproveche.







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